El inmigrante
siempre es el otro. Ese otro que toma
mil rostros, el negro, el rojo, el homosexual, el árabe, el fascista, el
lascivo pederasta, el terrorista, el vago, el loco, el psicópata. El otro, en
mayor o menor medida, en un uno u otro sentido, siempre es la batalla contra el
miedo a lo desconocido que nos puebla.
El miedo a morir
como motor de la naturaleza (de la supervivencia)
La envidia como
el deseo de muerte social
¿Las tres
muertes tendrán alguna relación con los tres dioses, reyes, padres? La muerte
social, la personal, la corporal, la muerte de dios, del rey, del padre. ¿Qué
existe después de la muerte? ¿De cuál de las muertes? ¿Qué pasa cuando ya hemos
matado a dios, al rey y al padre? ¿Hay vidas después de esas muertes? ¿Qué nos
queda entonces?...
Quizás ahora no
sólo nos quede el otro, sino que podremos
llegar a la vida del tú, la vida social como el edén perdido, como ese más allá
que se ha ido metiendo dentro.
Imagino un mundo
en el que ya no existe el otro, esos
otros perseguidores. Imagino un mundo en que no existe miedo social. Ese es el
firmamento de nuestra existencia como especie. Un cuerpo hecho persona
autoconsciente de su existencia a todos los niveles posibles. Los tres miedos
del hombre parecen más bien el mismo refractado en tres espectros diferentes.
intensa tu tinta, tal vez el fractal y refractario, un yo que sea muchos yoes y con ese TÚ que incendias, en el mismo umbilical que el espejo roto y que el francotirador del viento...
ResponderEliminarllegué aquí, a través de tu perfil de google, después de leerte en tejiendo redes, me gusta tu pensamiento, creo que es una barricada, y sobretodo cuando se está en ese lado de la mesa y se ve y quema el TÚ y el inmigrante también es capaz a arrancarnos un trozo del alma...
placer leerte, salud!