sábado, 20 de septiembre de 2014

Sobre el fascismo invisible

Estábamos en una reunión de equipo, de esas gruesas de todo el equipo de la mañana (bueno, de los que aparecemos), sale un tema sobre un paciente que nos lleva a cuestionarnos nuestro trabajo. Ayer empezaba el ramadán y el paciente solicitaba, con toda coherencia, poder realizarlo durante la hospitalización, siendo flexible en sus condiciones. Su referente, muy sanamente, intenta concederle esa petición, pero se encuentra con el rígido y paranoico muro de la institución. La reunión es una pantomima, y el solo hecho de querer generar debate hace que surjan rápidamente las incongruencias y el fascismo invisible que nos atraviesa y en el que nadamos como peces en el océano. Curiosamente fuera pasaban dos cosas: un paciente se había quedado- lo habíamos dejado- encerrado en el pasillo de las habitaciones y otro paciente, que suele hacerse cargo de la emoción, estaba con la música muy alta, cantando un flamenco muy sentido. Rápidamente, a la par que en la reunión de dentro se apagaba el debate sin pudor, fuera se le bajaba la música al paciente y se le llamaba cariñosamente al orden. 
El fascismo se vale de la violencia, en eso estaremos todos de acuerdo. Pero el fascismo se ha ido refinando con la historia y se ha vuelto también más civilizado. Ahora depositamos todo eso en las culturas más primitivas, menos evolucionadas, actualmente en los fanáticos religiosos de toda condición. Nos ayudan a no fijarnos en nuestra violencia, tan brutal como invisible, no porque no se la vea sino porque va tan bien vestida que incluso alabamos y jugamos con sus formas, de hecho, son la otra cara de nuestra violencia y nosotros la otra cara de la suya, y cuanto más la ocultemos nosotros, más intensa se hará la de ellos. Esto sigue siendo un juego, lo que pasa es que está tomando un carácter globalmente gigantesco, con lo que resulta claramente peligroso para todos nosotros.

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