viernes, 8 de agosto de 2014

Sobre el poder

En el nivel de agrupamiento sólo existimos como individuos amputados. Y en ese nivel nos manejamos de forma insolidaria y egoísta, recopilando nuestros pequeños tesoros de poder – ¡mi tesoro!-, que guardamos con un celo sibilino. Este es el nivel habitual de manejo interpersonal en la institución (y en nuestra sociedad actual) y, en este nivel, la lucha por el poder se convierte en una carnicería de seres humanos, un espectáculo grotesco que sucede tras el telón de lo manifiesto y que la propia lucha nos impide ver.

Y la lucha revolucionaria viene cuando el poder se resbala de unas manos concretas para diluirse en el grupo, potenciándose. Nos pasamos el día gastando energía en quejarnos del status quo de la institución, que generalmente es depositado en las figuras que ostentan el poder. Mientras, llevamos a cabo nuestra propia batalla por el margen de poder por el que podemos luchar, sin llegar nunca a poder desprendernos de esa miserable posesión que nos enfrenta. Así sobrevivimos todos en la institución, cada uno en su lugar y rol de la pirámide jerárquica, en una actitud paranoide, solitaria, empobrecida e insalubre, como pequeños gollums encerrados en una fría cueva húmeda y oscura, los unos contra los otros por el bien de nadie. Y así, el sistema se perpetúa y continúa masticando nuestras vísceras, aquello que aún nos queda de humanos.

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