viernes, 8 de agosto de 2014

“- Solo quiero una muerte digna... -Y el despertar? -Será indigno. Estaré perdido para siempre..."

Siento una pena profunda, de echarme a llorar. Un proceso de despertar enloquecido, un salto al vacío de la esperanza, un apagarse la llama, una oscuridad de excrementos manoseados, una muerte somnolienta y otra vez el despertar a una lacónica realidad empobrecida de experiencia, la reificación institucionalizada como forma de vida.

Le di una medicación que lo durmió. Quise ayudarlo a despertar. Quizás quería ayudarme a despertar a través de él. Ahora él está a punto de dormirse. Se despertará un día de estos a esa su realidad sin sí-mismo, una realidad que se le escapa de las manos y que acomete cada día casi como un autómata. Mientras, sigo aquí, en una desesperación de realidades múltiples, viendo como se resbala hacia su otra realidad una persona a la que no he podido ayudar más, mejor, ni de otra forma; no he sabido. No hemos podido. No hemos sabido. Ni siquiera ha hecho ruido al irse, tampoco hemos puesto ningún interés en escucharlo. Estuvo aquí gritándonos cosas con las manos. Sólo vimos su locura, la incomprensibilidad de un discurso demasiado humano para nuestros sentidos putrefactos. 

Ya está volviendo a su nicho cotidiano de palabras calladas y gestos silenciosos. Ya ha mejorado. Ya está estabilizado de sus síntomas. No sé dónde estará la persona. Y a quién le importa.

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