miércoles, 30 de julio de 2014

“Es muy fácil, si no crees en el diagnóstico que me han puesto, deja de darme una medicación que no necesito y dame el alta. Yo no molesto a nadie”

Me veo atrapado sin remedio en una encrucijada. Creo que la única solución es dejar esta profesión. No creo en los diagnósticos que les voy poniendo a las personas, creo que las medicaciones que uso como psiquiatra no curan absolutamente nada, simplemente calman, adormecen, la mayor parte de las veces ocultan cosas. No creo en los diagnósticos, ni categoriales ni los modernos dimensionales que tratan de ponerle cascabel nuevo a gato viejo. Me siento atrapado teniendo que medicar a la gente y ponerle apodos horrorosamente estigmatizantes. Y lo peor de todo. Me siento tremendamente solo en esta desesperación, que se desespera por muda. Por eso escribo. Para vaciarme de ansiedad y llamar a alguien en la distancia. Sé que no estoy solo, no soy un psiquiatra enloquecido, o demasiado sensible, o todavía demasiado joven. No. Somos muchos punzados por la angustia, por la inconformidad. Somos muchos los que nos resistimos a dormirnos en un colchón caliente y abultado, a los que hay algo que nos duele casi sin saber nombrarlo. Somos muchos los hastiados de tanto manual y protocolo. Somos muchas las personas en busca de personas, solo personas con un rol nada casual, buscando, tratando de encontrar personas, con una vida nada casual, y mucho menos causada por mecanismos indescifrables. Personas tratando con personas, nacidas de personas, viviendo entre personas. Y nada más. 

¿De verdad creo que no necesita medicación? No lo sé, puede que le venga bien para tratar de acercarse a las personas, como medio para el intento arriesgado y brutal de acercarse a alguien, pero puede que no. Lo que sé es que su futuro no pasa por el encuentro, mucho menos obligado, con un sistema impersonal y deshumanizante, que lo único que me pide, que me exige como profesional, es que la pinche y cumpla con el reglamento de visitas, que no dé problemas, que no moleste, pero que si se quiere encerrar en su casa y no ver a nadie, que tampoco, que luego la familia se preocupa y es ella la que molesta. El interés del encuentro, de la verdadera búsqueda, permanece latente, creo que dentro de todos nosotros. Lo que pasa es que a veces, muchas veces, se ha ido tan al fondo que parece imposible rescatarlo. Sobrevivimos mediocremente entre la soledad de tantas ausencias. Ausencias que se hacen presentes a pesar de nuestros esfuerzos por no mirarlas.

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