jueves, 17 de julio de 2014

Más sobre el orden psiquiátrico

I
Existe un orden. Lo imponemos cada día en nuestra mente. Se nos impone un orden ordenadamente silencioso en su ordenamiento, tanto que sale de nuestras bocas, incluso de nuestras vísceras, que ya no sabemos ni lo que es sentir. Imponemos unas pautas, unas palabras cuidadosamente ordenadas, científicamente pulidas por las consignas de un ahora social que se nos escapa de tan presente como el aire. La ordenación de un rol social que recibe los andrajos de unos restos de personas que salen maltrechas de una sociedad enfermante, restos que diligentemente ordenamos según los ordenamientos ordenados de nuestros saberes, esos espantapájaros interesados que nos pueblan, para que puedan volver a maltrecharse una vez más en la trituradora de hombres en que se ha convertido esta sociedad, este mundo que necesita de nosotros, oh psiquiatras, para guardar un orden necesario, necesariamente ordenados en nuestros nichos cotidianos, a veces llamados despachos, a veces consultas, locales, domicilios, comunidades, incluso vidas privadas, esas vidas privadas de vida y cuidadosamente ordenadas que caminan disciplinadas por las aceras y leen silenciosamente los periódicos en las cafeterías de las ciudades.

II
La aparente imprevisibilidad de las relaciones o la aparente inamovilidad de las rutinas estereotipadas, no son más que diferentes ordenamientos visibles de la aparente invisibilidad del inconsciente grupal del que todos formamos parte. Nadie se escapa porque todos estamos dentro. No hay una afuera absoluto, tan sólo una interpretación múltiple y simultánea de posiciones relativas. Así mismo no hay un adentro absoluto, tan sólo una multiplicidad de experiencias interconectados. Entonces, ¿qué hay del orden que imponen la psiquiatría y las llamadas ciencias del comportamiento? ¿Es que hemos quedado reducidos  a un fenómeno observable, una conducta? ¿Quién observa a los que observan? ¿Quién cree observar? ¿Quién es observado? Las connotaciones paranoicas son claras a la par que invisibles de cotidianidad. Los antiguos llamados locos, nombre que queremos desterrar de nuestro vocabulario para tapar nuestra hipócrita buena conciencia de nosotros mismos, nos escupen las verdades encriptadas. Desechamos sus palabras, su discurso contraordenado, que no desordenado, suele rebotar contra unos tapones meticulosamente colocados en nuestros oídos desafectos, cuidadosamente ordenados y clasificados. Nuestros ojos observan conductas alteradas; indescifrables movimientos de liberación! de queja! incluso de súplica! quedan ahogados en una ceguera felizmente compartida en un festín patético de platos dorados, corazones ajenos e intestinos compartidos. Alcemos las copas. Un brindis por la muerte que nos convoca y a la que nos precipitamos orgullosos. Festín de necios, sordos, ciegos y demás inocentes con bastón. Que vivan el orden y los ordenamientos. Que se haga así por siempre y si puede ser con otro orden más silente mejor. Que nadie más nos mire recelosos. Y si siguen los locos ladrando, ¡pues mejor, porque ellos son nuestro alimento! Amén.

III
El diagnóstico representa el máximo paradigma del ordenamiento. El ordenamiento de la mirada y de la escucha. La estructuración de un mirar y un escuchar hasta la ceguera y la sordera más establecidas. Una ceguera y una sordera anosognósicas. Las diferentes formas de ordenar esas miradas-escucha como construcciones paradigmáticas del universo fenoménico-experiencial al que pertenecemos. Paradigmas construidos sobre una realidad y que crean realidad. Una realidad que se va petrificando a base de palabras cemento, formando pensamientos tumba y creando cementerios de personas que creemos relacionarnos, cuando lo que hacemos es des-esperar lo inesperado del encuentro.

IV
Si diagnosticar es mirar y escuchar, hay tantos diagnósticos como miradas y escuchas. Si ese diagnosticar requiere de comunicabilidad para con otros, se pierde en subjetividad para ganar intersubjetividad. Si diagnosticar se refiere a un manual de caza como los que se usan actualmente, justificados inverosímilmente por una utilidad comunicacional que en verdad están interrumpiendo, perdemos subjetividad, intersubjetividad y no ganamos más que cemento, más tumbas, para este nuestro cementerio social que es la salud mental, tal y como se entiende y se practica en la actualidad.

V
Hay que encontrar el equilibrio del grupo, encontrar la mirada-escucha compatible por la experiencia directa. Que la experiencia sea el eje de la mirada-escucha, y ésta, no puede ser más que grupal. Este es el único camino posible. Y es un camino olvidado de tanto nombrarlo: equipo, grupo, equipos, coordinaciones...ordenaciones de grupos que no salen de la serialidad de una batalla silenciosa por el poder, por un sálvese quien pueda miserable, ni siquiera digno del animal. La realidad está puntuada por cada ser que experimenta y las puntuaciones extraexperienciales amputamos la experiencia.

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