sábado, 12 de julio de 2014

Un aforismo

Un aforismo es como una señal en el océano oscuro, un faro intermitente, casi alucinatorio, como un espejismo en el desierto. Un golpe. Una uña rascando, rascando, levantando la piel dolorida, como un gusano metálico y diminuto. Ya no hay comienzo. Tampoco hay fin. Todo está dicho. Cuando se abren los ojos llega el más acá de las palabras, lo que está debajo de la piel, esa que horada el gusano. Entonces ya no tiene sentido escribir. Pero escribir es una necesidad, un imperativo evacuatorio, casi digestivo. Por eso un aforismo es como una seña, puede que un señuelo, un guiño. Un golpe de martillo en las convicciones, piedras, paja y demás habitantes de nuestras vísceras. Una posibilidad. Cientos de posibilidades. O ninguna.

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